Las preguntas que Europa no se hace
En cualquiera de los casos, no existe el más mínimo elemento objetivo que permita señalar de forma seria que, de la reorganización continental de Europa, Rusia fuera la dominadora de toda Europa. Por el contrario, lo que sí puede deducirse en cualesquiera de los escenarios que se abrirían es que Rusia tendría mayor peso político, lo que la dotaría de una mayor capacidad de encaje y negociación, y, por tanto, le permitiría aumentar la posibilidad de ser tratada en términos justos que eviten confrontaciones como la que ahora tanto nos afecta. Y desde este punto de vista, quizás no a corto plazo, no sería descartable una integración rusa en Europa, aun cuando hoy ello parezca inasumible –pensemos en cómo fue impensable durante siglos una Europa con Alemania y ahora constituye el corazón del continente–.
La necesaria neutralidad militar de Ucrania
En definitiva, la neutralidad de Ucrania no solo no supondría la sumisión de toda Europa a Rusia, ni tan siquiera la de Ucrania, pues los ejemplos de Austria, Suecia o Finlandia así lo demuestran, pero sí sería una posibilidad de alcanzar la paz. Una paz que jamás será duradera ni absoluta mientras la OTAN siga existiendo, pues los intereses de Estados Unidos lo impedirán. No obstante, estos se centran, tal y como señala su Estrategia de Seguridad Nacional de 2018, en mantener su hegemonía mundial y en defender los balances positivos de poder en las distintas regiones del mundo, incluida Europa. Y es por esos objetivos norteamericanos por los que Ucrania se enfrenta a un desastre humanitario sin precedentes y, tanto Europa como Rusia, van a sufrir las terribles consecuencias de la guerra.
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